Seis formas en las que tu relación con la comida puede afectar a tus hijos

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La alimentación  de los hijos es una de las mayores preocupaciones de los padres. Los altos índices de obesidad infantil y de trastornos alimentarios, la guerra contra el azúcar y los procesados, la alimentación consciente… Son temas que nos traen de cabeza pero, ¿sabes la manera en la que tú relación con la comida puede influir en la alimentación de tus hijos? Hoy te traigo seis puntos para reflexionar sobre este tema.

1. Nuestro lenguaje

Nuestra sociedad está muy acostumbrada a hacer comentarios sobre el aspecto de los demás y, lamentablemente muchas veces los relacionamos directamente con la alimentación (¿Quién no ha dicho este mes de enero la famosa frase… “desde hoy no como más, que he engordado 3 kilos esta Navidad”? o la que parece un halago… “estás muy guapa ¿has adelgazado?”) . La realidad es que todavía no hemos interiorizado la idea de que la razón para comer de manera saludable no debería ser el hecho de pesar más o menos kilos, sino nuestra salud.

Es importante cambiar nuestro lenguaje, cuidar nuestros comentarios para conseguir inculcar a los niños la idea de que llevar una alimentación saludable es cuestión de salud, no de aspecto físico.

Todavía no hemos interiorizado la idea de que lo que comemos es una cuestión de salud, no de kilos. Así que debemos esforzarnos por cambiar nuestros mensajes. 

 

2. Uso de la comida como premio o castigo. 

En nuestra sociedad celebramos comiendo. La Navidad, los cumpleaños, un aniversario o un ascenso en el trabajo… Y no está mal, pero hay muchas formas de celebrar. Se puede ir al cine o al teatro, se puede hacer una escapada a la montaña… A veces se nos olvida que hay más alternativas, y que podemos darnos un premio sin necesidad de que sea en forma de comida.

En la otra cara de la moneda tenemos el uso de la comida como castigo, ¿por qué castigar a un niño sin postre? ¿Le va a enseñar no comer postre a portarse mejor? Si caemos en este error, debemos buscar alternativas, otros recursos para abordar el conflicto que no sea relacionando buen/mal comportamiento con la comida. Puedes leer algunos consejos para que los niños coman bien en este otro post.

Con esto no quiero decir que no debamos tener momentos placenteros alrededor de la comida, pero si es importante crear hábitos saludables sostenibles en el tiempo, ser conscientes de aquellos alimentos que deben ser ocasionales por una cuestión de salud y comprobar si eso que pensamos que debería ser eventual, no se ha convertido en algo rutinario. No es lo mismo comerse una hamburguesa un sábado que consumir comida rápida a diario.

 

 

3. El hambre emocional

¿Quién no ha tenido uno de esos días horribles en los que solo te apetece llegar a casa, ver una peli y comer chocolate? Sea culpa de las pelis americanas (y sus famosas escenas con la protagonista llorando en el sofá con su bote de helado) o no, a veces un trocito de chocolate nos sube el ánimo pero hay que ser consciente de que el chocolate no te va a quitar la pena  o el mal humor.

También suele ocurrirnos cuando estamos estresados, hay a quien le da por comer mucho y a otras personas el estrés les quita el hambre… Esto es lo que se denomina hambre emocional, esos momentos en los que no comemos por alimentarnos o porque tenemos hambre, sino que son nuestras emociones las que comen por nosotros. Es importante detectar qué emociones hay detrás para poder trabajar en ellas y que así aprendas a comer porque tienes hambre o te apetece, no porque pienses que es la única manera de sentirte bien.

 

4. Preocupación excesiva o inseguridad

Si la alimentación ha supuesto para ti un problema en  algún momento de tu vida (de niño eras  “malcomedor” o tenías sobrepeso, sufriste burlas o comentarios de familia y amigos…)  es posible que te preocupe especialmente la relación que tus hijos vayan a tener con la comida para evitar a toda costa que sufran lo que sufriste tú. Es algo completamente normal y nos ocurre con todo, no solo con la alimentación (si sufrimos por ser tímidos,  malos estudiantes o demasiado brillantes o por tener pocos amigos). Ya sabemos lo malas que pueden llegar a ser las dichosas “etiquetas” (el malcomedor, el empollón, el tímido, el gordito…) Tan malas que aunque nuestros hijos sólo tengan algún rasgo ligero de aquello que nos pasó, podemos empezar a tratarlos de manera diferente con la intención de evitar un problema, logrando el efecto contrario.

 

 

5. El efecto Pigmalión

El mayor peligro de los miedos e inseguridades de los que hablamos en el punto anterior es lo que se conoce como  “efecto Pigmalión” . Es un fenómeno que  consiste en que las expectativas o creencias  (positivas o negativas) que tenemos, pueden modificar la realidad, haciendo que cambie nuestro comportamiento y que terminen por cumplirse dichas creencias. Por ejemplo: si creo que voy a suspender un examen (o los demás lo creen así) es muy probable que acabe tan distraído, desmotivado por estudiar, nervioso… que no consiga centrarme en estudiar y finalmente suspenda el examen.

Es un fenómeno que no ocurre sólo en primera persona. Las creencias que tenemos hacia los demás hacen que les tratemos de una manera determinada, logrando que esa persona acabe comportándose conforme a esas creencias o expectativas. Por ejemplo, si te tratan como a alguien tímido, es probable que acabes comportándote como una persona tímida. O si insistes en la idea de que tu hijo come poco o mucho , es probable que acabe comiendo  poco o mucho (porque es el papel que le estás asignando, por la tensión que se produce en la mesa, porque ve que es algo a lo que tu das importancia…). Te dejo un enlace a un vídeo interesante sobre este concepto aquí.

Si te preocupa en exceso lo que comen tus hijos, será más probable que presten más atención de la necesaria a ese tema. 

La buena noticia, es que no sólo ocurre en sentido negativo, es decir, si creemos en las capacidades de nuestros hijos y les animamos, pueden beneficiarse de ese apoyo, ya que si tu crees en ellos, ellos también confiarán en sí mismos.

 

6. ¿Exceso de información o desinformación?

Hasta hace relativamente poco no sabíamos de la importancia de leer las etiquetas de los productos que consumimos. Los procesados nos facilitaban la vida sin que nadie se planteara si eran la opción más recomendable.  En los últimos años hemos pasado al extremo opuesto. Cada vez hay más información en Internet y en las redes sociales en las que nos cuentan cómo debe ser una alimentación saludable.

Yo en parte estoy contenta de que así sea porque estar informado es el primer paso pero también me preocupa que se frivolice con el tema. Que busquemos la foto bonita o la moda por los alimentos “healthy” sin pensar demasiado en que es nuestra salud (física y mental) la que está en juego. ¿A dónde quiero ir a parar? Pues a que no debes agobiarte si no compras semillas de chía o tus hijos no desayunan tostadas de aguacate. Que si consigues estar contento con la alimentación que lleváis porque la información que lees te resulta de ayuda para alimentarte de forma más sana, adelante. Pero si por el contrario cada vez te sientes más confuso, es fundamental que busques la orientación de profesionales que te ayuden a identificar qué es verdaderamente una alimentación sana, más allá de modas o platos bonitos.

 

Después de leer esto es posible que te sientas agobiado por la manera en la que piensas que puedes influir en la vida de tus hijos pero no es en absoluto la intención de este post. La intención es invitarte a revisar esos “puntos débiles” que todos tenemos y en caso de ser necesario animarte a pedir ayuda para resolverlos.

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